3.20.2010

El nuevo muro de las lamentaciones


El papel impreso da muchas vueltas últimamente a la continua "invasión" de territorios palestinos por parte de Israel, al amparo de la permisividad de la comunidad internacional. Dicha permisividad pone de manifiesto la doble moral imperante en el mal denominado "Primer Mundo", que aplica un rasero distinto en función del conflicto internacional del que se trate. Biden, vicepresidente estadounidense,  declaraba el pasado día 9 de marzo que había que "crear una atmósfera que apoye las negociaciones" y reiteró que "los asentamientos son ilegales ante la ley internacional" mientras Ban-Ki-moon, secretario general de la ONU, sentenció que "van en contra de las obligaciones adquiridas por Israel en la Hoja de Ruta" que marca los puntos básicos del proceso de paz..

Sin embargo, nadie parece tener valor para ponerle las cosas claras al gobierno israelí. Cabría preguntarse incluso por qué esos mismos asentamientos que Biden critica, prohibidos expresamente por el artículo 47 de la Cuarta Convención de Ginebra, siguen creciendo sin que la comunidad internacional haga otra cosa que protestar débilmente.

Tampoco puede pasar inadvertido el hecho de que Obama comenzase su mandato afirmando, tal y como comenta Xavier Batalla en el artículo "Las 3 virtudes de Israel", que, para reanudar el proceso de paz, Israel congelara la extensión de los asentamientos, mientras el estado norteamericano sigue financiando las tropelías israelíes en territorio cisjordano (300.000 colonos) y Jerusalen Este (200.000).

Personalmente, me asombra que un pueblo que conoce bien lo que se sufre ante la persecución a que fueron sometidos hasta 1945 hostigue de ese modo a los palestinos desde 1948.¡Tan sólo tres años después! y llegando al punto en que hay quien califica de limpieza étnica lo sucedido en la Primera Guerra Árabe Israelí. 

Es evidente que palestinos e israelíes tienen sus propios problemas, pero es también probable que una mayor firmeza y un nivel de consecuencia más alto en la definición de las políticas y posturas internacionales ayudaría en la resolución del conflicto. Probablemente, pedir algo como esto sería lo mismo que despojar a las relaciones internacionales de una de sus características principales: la defensa de los intereses propios en el escenario mundial, amenizado por un amplio atrezzo de tiranteces geopolíticas y económicas. No en vano se trata de un juego en el que sus integrantes se autodenominan "actores".
 
Hacer algo más que denunciar que, a las alturas que se encuentra la civilización, no es normal que se construya un muro de contención, como tampoco lo es ocupar un territorio de forma ilegal y silenciosa mediante asentamientos (como si se de la América colonial se tratase), supondría granjearse algunas enemistades. Es demasiado lo que está en juego como para establecer medidas sancionadoras que vayan más allá de la simple condena. Interesa llevarse bien con Israel, más aún si tenemos en cuenta las voces (quizá trasnochadas) que apoyan su inclusión en la UE. Muchos ven en él una puerta hacia el mundo islámico más segura que Turquía, pero es deplorable que dicho interés prevalezca sobre el aplastamiento sistemático de un pueblo.

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